Sabías qué
El primer uso documentado del que se tiene constancia sobre las trufas, según James Martin Trappe, micólogo americano, data aproximadamente del año 1750 a.C. y se da en la civilización Amorita.
La trufa ya aparece en el tratado Naturalis Historia (obra dividida en treinta y siete libros, organizados en diez volúmenes) del naturalista romano Cayo Plinio Segundo, llamado Plinio el viejo (Como 23/24 D.C-Estabia,79) quien cita a la trufa de la siguiente manera:
“Y dado que hemos de comenzado hablando de cosas dignas de admiración”… “digamos algo de la más asombrosa: una planta que se desarrolla sin raíces: la trufa”
Filoxeno de Leucade autor francés (439-380 ac.) fue el primero en advertir del favor de la trufa hacia lo amoroso en su poema el Banquete.
“Bebamos por la trufa negra
Y no seamos ingratos,
Pues avala la victoria
En seductores asaltos.
En Ayuda del amor
Y del placer
La Providencia envió esta sustancia
Que a diario utilizamos
Para cualquier circunstancia.”
Opinión que también era compartida por el primer gran gastrónomo de la historia Jean Anthelme Brillat-Savarin (1755 – 1826) que convencido de sus propiedades afrodisiacas y culinarias, la describió como «diamante de la cocina» y con toda la intención escribió: «un guisado de trufa es plato cuyos honores quedan reservados para la dueña de la casa: en una palabra, la trufa es el diamante de la cocina».
Pero no todo han sido alabanzas para este manjar a lo largo de la historia.
San Agustín en «La ciudad de Dios» escrita entre los años 412-426 critica a los maniqueos por ser vegetarianos e incluir en su dieta trufas y setas.
El botánico, médico y ministro luterato alemán Hieronymus Bock (1498 – 1554) decía de las trufas:
«No son hierbas ni raíces, no son flores, ni semillas, son sencillamente una mezcla superflua de la tierra, de los árboles, de la madera podrida».
Y la Iglesia Católica prohibió su uso durante la Edad Media considerándola peligrosa y proveniente de un lado oscuro, dado que crecía bajo suelo, cerca de Satán.
Sin embargo, esto no impidió que la trufa se fuera incorporando a los recetarios. El Renacimiento volvió a alzarla como un ingrediente destacado y único, y así ha llegado hasta nuestros días como uno de los manjares más exquisitos: un verdadero tesoro bajo tierra.